LAS CADENAS DE LA CATEDRAL
Esta disposición de las cadenas en torno al edificio, propiciaba roces y pleitos entre las distintas jurisdicciones que tardaban largos períodos de tiempo en resolverse.
Al hecho de refugiarse de esta forma se le conoce como retraimiento. No siempre era respetado y dependía del grado del delito cometido. Un ejemplo lo tenemos en el escribano de su majestad Diego de Marchena que en 1.524 asesinó a su esposa y se refugió en el monasterio de la Santísima Trinidad. Lo sacaron y lo ahorcaron en el “mármol de la cuadra” de la plaza de San Francisco, junto a la Audiencia.
Como vemos, las cadenas eran frontera de la vida ajetreada del exterior del recinto catedralicio y de la paz y sosiego imperantes en el interior del recinto sagrado.
LOS RESTOS DE CRISTOBAL COLON
Es muy poco conocida la historia del montaje del mausoleo dedicado a Cristóbal Colón en la Catedral hispalense, que se extiende desde que se solicitan los restos del Almirante para Sevilla (mediados de 1898) hasta que son depositados finalmente donde todos conocemos en noviembre de 1902. Sin embargo, en su momento este proceso se vivió de una forma muy intensa en Sevilla.
Las cenizas de Colón reposaban desde enero de 1796 en la Catedral de La Habana. Entre los honores que se le tributaron al Almirante en el siglo que descansó en aquella tierra vamos a recordar dos que casualmente se han perpetuado en la Catedral hispalense. El primero de ellos fue una nueva lápida hecha en 1822 para cerrar la urna del Almirante, de mármol blanco con un bajorrelieve del busto de Colón y atributos marítimos. Se envió a Sevilla junto al mausoleo y la urna y hoy podemos contemplarla en la Biblioteca Capitular y Colombina.
El segundo homenaje tuvo lugar casi setenta años después, en 1891, cuando se convocó un certamen público para construir un monumento funerario a Colón. El proyecto finalmente aprobado fue el de Arturo Mélida y Alinari (1849-1902), artista polifacético -arquitecto, escultor, ilustrador de libros, diseñador, etc.- quien ya en 1877 había ganado otro concurso para un monumento a Cristóbal Colón en Madrid.
La descripción es por todos bien conocida: cuatro reyes de armas vestidos de gala portan a hombros el féretro de Colón. Corresponden a los cuatro reinos históricos de España: Castilla, León, Aragón y Navarra “que en postrer viaje llegan ante el altar mayor de la catedral de La Habana a dar reposo a los huesos que hasta entonces peregrinaron”. El significado simbólico que quiso darle su autor era representar a “España guardando en tierra americana las cenizas de Cristóbal Colón”, aquélla representada por los cuatro heraldos y América figurada por un basamento de estilo azteca.
Llegamos así a 1898. Los graves acontecimientos obligaron a la retirada de los españoles de la isla y con ellos, de nuevo, los restos del Almirante. Varias ciudades de España lo reclamaron. Consultado el Duque de Veragua, manifiestó su satisfacción por la petición del Ayuntamiento hispalense por muchos motivos: el paso de Colón por Sevilla y que pudiese descansar junto a su hijo Hernando, cerca de la Colombina y del Archivo de Indias. En diciembre, el Gobierno aprobó el traslado a Sevilla, comenzando así una nueva etapa: la búsqueda de un lugar en la Catedral para el mausoleo. Lo que a primera vista parece sencillo, en la realidad supuso un amplio debate (en algunos casos se calificó como “agria disputa”) por su ubicación.
Fueron muchas y muy variadas las propuestas que se hicieron entre diciembre de 1898 y enero de 1899:
- Colocar el mausoleo sobre la tumba de su hijo Hernando. No era posible porque había que reservar esa zona de la catedral para el monumento de Semana Santa y para el altar del Corpus.
- La sacristía mayor: se desistió ante la oposición del Cabildo Catedral, aunque fue muy defendida por algunos, entre ellos el propio Mélida.
- La capilla de San Francisco: demasiado pequeña.
- En el interior del coro: demasiado oculto.
- La Capilla de la Virgen de la Antigua. Había muchos argumentos a su favor pero finalmente también resultó pequeña, como se comprobó al montarse provisionalmente el mausoleo.
- También se desestimaron: la nave donde está el retablo de la Virgen del Reposo, frente a la Capilla Real,
- el Sagrario y
- el Patio de los Naranjos, “en el sitio donde hoy está la pila, sobre elevado y rico pedestal”.
- Finalmente la opción aprobada -aunque sin evidente unanimidad- fue ante la puerta de San Cristóbal, también conocida como del Reloj o del Príncipe.
El emplazamiento del mausoleo no fue sólo una cuestión de los dos Cabildos sevillanos (el Ayuntamiento además de encabezar la petición ante el Gobierno iba a costear el montaje del mausoleo). A lo largo de todo el proceso la prensa se fue haciendo eco de las controversias sobre su ubicación, de “este ya tan debatido y quizás escabroso asunto, y en el que todo el mundo se interesa”.
Mientras tanto, a finales de diciembre de 1898 había llegado el mausoleo desde La Habana, sin el basamento original, ya que se acordó hacer uno nuevo, adaptado a su emplazamiento definitivo, de “estilo Reyes Católicos, entre gótico y plateresco”. Por su parte, el vapor Conde de Venadito había zarpado de La Habana el 13 de diciembre con la urna del Almirante. Cuando llegase a Cádiz debía trasbordar los restos al aviso-torpedero Giralda y éste continuar viaje a Sevilla.
Se preparó un solemne recibimiento en el muelle de San Telmo para el 19 de enero de 1899. El Gobierno y la familia Colón estuvieron representados por D. Cristóbal Colón de la Cerda, Duque de Veragua, quien hizo entrega de la urna al alcalde para ser trasladada a continuación en un armón de artillería en solemne procesión hasta el Sagrario de la Catedral y depositarse sobre un túmulo. Participaron los dos cabildos sevillanos, eclesiástico y secular, junto a una nutrida representación de autoridades militares y civiles. Concluido el oficio fúnebre, se bajó la urna a la cripta donde fue depositada en un sepulcro vacío. El alcalde entregó la llave de la urna al Cabildo Catedral para su custodia.
Se inicia ahora una nueva fase definida por el largo y complejo proceso de montaje del mausoleo (desde enero 1899 hasta octubre1902) cuyas causas, además de las burocráticas –las de mayor peso, como suele ocurrir-, serían un cúmulo de incidentes imprevisibles, tales como la quiebra de la cantera inicialmente seleccionada.
El proyecto que seleccionó el Ayuntamiento de los dos presentados por Arturo Mélida fue el más completo, aquél que incluía, además de lo recogido en la propuesta más sencilla (ejecución del nuevo pedestal y las reparaciones necesarias), la obra que él soñaba realmente realizar: un palio, que “formado por el escudo de la Ciudad de Sevilla completa la idea procesional por decirlo así, del sepulcro, y al mismo tiempo representa el recibimiento triunfal con que el pueblo sevillano ha acogido los despojos del que tanto engrandeció a España”. Estaría hecho en metal (plata, bronce e hierro), con las figuras de San Fernando, San Leandro y San Isidoro. Finalmente este proyecto no prosperó, reduciéndose la obra sólo al pedestal. Lo mismo ocurrió con la iniciativa de Mélida de que se hiciera una verja en torno al mausoleo, ya que “el emplazamiento designado por el Cabildo Catedral al referido monumento sepulcral, en el tránsito del público exige siempre pero muy principalmente en los días de solemnidades religiosas, en que la afluencia de público es grande, una verja que le defienda”.
A pesar de todo, poco a poco se fueron ejecutando los trabajos y así, a mediados de 1900 se concluyó la cimentación, en diciembre de 1901 se recibió por fin la piedra y el pedestal pudo concluirse en julio de 1902. La última fase de trabajo, el montaje en sí de las piezas del mausoleo sobre el nuevo pedestal, pudo certificarse finalmente en octubre de 1902.
Terminada la instalación del mausoleo, se fijó la fecha del lunes 17 de noviembre para el traslado definitivo de los restos de Colón. De nuevo, en solemne procesión, con la presencia de los dos cabildos sevillanos y numerosas personalidades, se trasladó la urna desde la cripta del Sagrario hasta el crucero de la Catedral, donde fue depositada sobre un túmulo diseñado por José Gestoso. Tras la misa de réquiem de Eslava se trasladó la urna al mausoleo, donde había “una gradería portátil para dar acceso al féretro del monumento” y a los acordes de la Marcha Real depositaron la urna el alcalde y el Capitán General de Andalucía. Se cerró con tres llaves que se entregaron al Duque de Veragua, al Ayuntamiento y a la Catedral.
En la relación de invitados no aparecía Arturo Mélida (tampoco estaba en la de 1899). Tal vez su cercana muerte, el 15 de diciembre, causada por una “dolorosa enfermedad” le impidiera asistir.
Aún no hemos terminado. Cinco años después, en mayo de 1907, varios concejales sevillanos consideraron injusto que apareciera en la leyenda del pedestal del mausoleo el calificativo de “ingrata” para la tierra americana y pidieron que se modificase. Se llevó a cabo con el permiso de la Catedral y hoy podemos leer lo siguiente: “Cuando la isla de Cuba se emancipó de la madre España Sevilla obtuvo el depósito de los restos de Colón y su Ayuntamiento erigió este pedestal”.
EL LAGARTO DE LA CATEDRAL
Existen varias leyendas populares referidas a estos objetos que narraremos a continuación.
Por el año 1260, el sultán de Egipto envió una embajada al rey Alfonso X “el sabio” para pedir la mano de su hija Berenguela. La embajada trajo diversos presentes, entre ellos: un hermoso colmillo de elefante, un cocodrilo del Nilo vivo y una jirafa o animal similar, domesticada con su montura, su freno y bridas. El rey castellano rechazó la petición de mano de su hija, devolvió la embajada cargada de buenas palabras y de regalos para el sultán y aquí se quedaron: el cocodrilo, la jirafa y los presentes. Pasando el tiempo y muerto el cocodrilo, se disecó y su piel rellena de paja fue colgada en el patio de los naranjos junto con el freno, las bridas y el colmillo de elefante. Años después se colgó como recuerdo, la vara del embajador castellano que había regresado de Egipto.
El cocodrilo actual está tallado en madera por autor desconocido y se estima del siglo XVI. Por su tamaño y por haber estado forrado de tela que al partirse y desde abajo, daba la impresión de ser piel a jirones, popularmente en Sevilla siempre se ha creído que el animal era auténtico y estar disecado. Hoy en día sólo se conserva la estructura restaurada del animal en madera, popularmente llamado “lagarto” por no conocerse en aquel momento espécimen mayor que dicho animal y dando nombre tanto a la nave del patio que lo contiene como a la puerta de acceso desde el exterior a dicha parte del patio.
Popularmente, existe la leyenda de que esos objetos fueron puestos en este lugar y de esa forma en representación de las virtudes cardinales: el cocodrilo como la prudencia, el colmillo como la fortaleza, el bocado como la templanza y la vara como la justicia, dando explicación de su designación específica la característica de cada objeto.
Existen otras versiones que revelan al cocodrilo como un exvoto u ofrenda que se cuelga en un lugar de privilegio como en otras catedrales. En algunos casos, dicho elemento servía para espantar a las aves que se colaban en los templos y cuanto más grande y temible fuese el objeto, mejor hacía su función.
Es uno de los objetos populares de la Catedral mas buscados por niños y adultos que se asombran de semejante elemento puesto en un lugar como lo es este maravilloso templo.
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